Tribuna Abierta
Las cuatro dependencias
por Lidia Falcón
HEMOS conmemorado un nuevo 25 de noviembre denunciando la masacre de las mujeres que, como un genocidio clásico, abate decenas anualmente. En diez años hemos asistido impotentes y desesperadas a novecientos femicidios, sin que ni el Estado ni la sociedad española hayan considerado que se encontraban ante la situación de violencia terrorista más grave de su historia. Si ese mismo número de víctimas hubiese sido consecuencia de atentados cometidos por ETA, el Gobierno español habría declarado el estado de excepción y el Ejército patrullaría por las calles.
Pero estamos hablando de mujeres y éstas, como ciudadanas de segunda clase que son, no valen lo suficiente para preocupar a las instituciones públicas que tienen el deber de protegerlas. A todas estas penalidades hay que añadir la humillación que les supone a las víctimas el desprecio social que sufren al ser calificadas de débiles y dependientes, para lo que se utilizan las macabras justificaciones, que tanto la opinión pública como los medios de comunicación arguyen, y con las que explican lo que califican de "fenómeno" y no de genocidio, como sería en el caso de que se tratara de otra clase social la perseguida y diezmada.
Es común escuchar, incluso a los profesionales implicados, especialmente a los psicólogos, que las mujeres maltratadas padecen una especial dependencia del maltratador, el llamado síndrome de Estocolmo , que les hace justificarlo, perdonarlo e incluso amarlo, a pesar de los sufrimientos que les ocasiona. Pero lo que nadie analiza son las cuatro fundamentales dependencias que padecen las víctimas y que las convierten en absolutamente vulnerables frente al poder del verdugo.
La primera y definitiva dependencia es la del miedo. Todas las víctimas se hallan atrapadas por las tácticas de amedrentamiento que utilizan los maltratadores. Los golpes se menudean en cuanto la mujer intenta cualquier oposición al poder omnímodo que ejerce el hombre en el hogar e incluso en el entorno familiar. Las palizas comienzan, normalmente, después un periodo de humillaciones, insultos y descalificaciones que han hundido su dignidad y la han ocasionado una gran inseguridad respecto a su papel en el matrimonio y en la casa. Las amenazas de lesiones graves, y hasta de muerte, se suceden cotidianamente en cuanto ella intenta, aunque sea tímidamente, enfrentarse a él, y el aumento de la violencia le indica que no son baldías las amenazas, convencimiento que se afianza ante las cotidianas noticias de mujeres que fueron asesinadas cuando intentaron separarse de su victimario.
La segunda y principal dependencia es la económica. Una parte importante de las víctimas dependen del hombre, con el que se casaron o se ajuntaron, para asegurar su manutención y su vivienda. Todavía en nuestro precioso Estado del bienestar 5.500.000 de mujeres llevan en el DNI como única profesión ama de casa. Es el colectivo más numeroso de Europa -aunque nuestros dirigentes presuman cotidianamente en todas las pantallas de televisión de que España se sitúa en la octava potencia industrial del mundo-, como consecuencia de la herencia franquista, que no ha sido superada por la democracia, dado que ésta en vez de crear nuevos sectores productivos ha hundido los que tradicionalmente poseíamos. Si la víctima ha conseguido un empleo asalariado, ganará del 30 al 50% menos que el hombre. Si además tiene a su cargo uno o más niños, su dependencia económica es absoluta.
La tercera es la dependencia social. Ni sus vecinos ni sus compañeros de trabajo ni sus familiares o amigos la apoyarán firmemente cuando decida romper con el maltratador, incluso muchos todavía le aconsejarán que siga aguantando por el bien de los hijos, por tener apoyo económico, por no ser discriminada.
Y la definitiva es la dependencia judicial. Todas conocen el calvario que supone denunciar al maltratador, con los exiguos resultados que puede obtener. Denuncias que no se tramitan, interrogatorios humillantes de forenses, fiscales y jueces, procesos que duran años y juicios que concluyen en sentencias ridículas de las que el acusado sale indemne. A estas penalidades, que suponen la ausencia de justicia que impera en nuestro país respecto a las mujeres, tendrá que añadir ver a su verdugo reírse de ella a la salida del juicio y pasearse tranquilamente por la calle en los meses y años sucesivos. Además de la infame campaña que se está haciendo desde sectores de la propia judicatura, para denigrar a las víctimas, asegurando que presentan falsas denuncias y pidiendo que no se dicten órdenes de alejamiento.
Cuando todas estas dependencias se hayan resuelto, con la decidida actitud de la policía y de la judicatura de perseguir a los delincuentes, con el apoyo económico del Estado, con la solidaridad y la complicidad de la familia y de la sociedad, el miedo de las maltratadas se disolverá, y entonces, y sólo entonces, podremos hablar de dependencia afectiva que, en ese momento, sólo afectará a unos cuantos casos psiquiátricos. En la actualidad apoyarse en esa falacia demuestra una absoluta falta de honradez en el tratamiento de esta tragedia interminable.
12.12.07
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1 comentario:
Provocador, oportuno y acertado. Estoy de acuerdo con la postura que defiende la autora.
Sin embargo se me plantea una duda. Dudo que la dependiencia afectiva venga después del resto. La dependiencia emocional que se establece entre víctima y victimario es un obstáculo más, imbricado con el resto y difícilmente separable. Tal vez constituya el primer paso, tal vez tenga mucho que ver con el miedo. El miedo responde a un tipo de relación afectiva que genera dependencia. Dependencia mutua, que puede hacer que la víctima no sea capaz de reconocer el maltrato. O peor aún, que aun sabiéndolo no sea capaz de afrontarlo, de denunciarlo. Pero la denuncia es responsabilidad de toda la sociedad. Es en ese punto donde el resto de las dependencias entran en juego. La depedencia económica, social y judicial nos incumbe e implica a todas y cada una de las personas que rodeamos a la víctima. No se puede exigir a la víctima que sea más fuerte y más valiente que el resto, porque esto es un problema social.
Fdo. Burbulete
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