12.12.07

El hombre que una vez trató bien a una mujer

Permitidme que copie este texto del periodista Javier Ortiz, que impresiona por la sencillez y lo que lleva dentro.
El hombre que una vez trató bien a una mujer
Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán. Dice que quiere presentarme a un vagabundo con el que entabló conversación hace unos días en la Gran Vía, en Madrid, y que le parece muy singular.
–Pretende que conoce a un hombre que una vez se portó bien con una mujer.
Tardo un rato en asimilar la cosa.
–Y eso ¿qué tiene de especial? –le respondo.
–Pues ahí está lo curioso, Ortiz –Gervasio siempre me llama por mi apellido–. Él lo cuenta como si fuera una rareza exotiquísima. Y acaba haciéndote dudar de que no lo sea. Habla con él y verás.
Si hay algo de lo que carezco escandalosamente en estos últimos tiempos es de tiempo. Incluso más que de dinero, que ya es decir. Mi agenda parece un tomo de las páginas amarillas: «Escribir a...», «Telefonear a...», «Mandar artículo a...», «Responder a...», «Quedar con...». Y eso, cuando uno está a punto de cumplir los 60, resulta abrumador. Física y psicológicamente.
Pero Gervasio ha conseguido intrigarme. Así que le digo que bueno, y quedamos para charlar con su reciente amigo en un viejo café cercano a la Gran Vía.
Llego puntual, como siempre, y me topo con el desagradable hecho de que Gervasio ya está allí con su amigo.
–Te tengo dicho, Gervasio, que ser puntual consiste en llegar en punto; no antes.
Su amigo me mira como si le pareciera un cerdo de dos cabezas, o algo semejante. Se ve que no tiene el vicio de la puntualidad, como yo. O que no acostumbra a toparse con cerdos, que todo es posible. No tiene aspecto de clochard. Para vivir en la calle, sin techo, tiene un aire más que pulcro.
Me siento a su lado. Le sonrío, para no resultar del todo antipático, y le digo que Gervasio me ha hablado de la historia que le contó.
–Seguro que le ha parecido una bobada, de entrada. Pero no lo es. Usted se pensará que hay millones de hombres que se han portado bien con millones de mujeres. Pero se equivocará, si cree eso.
–¿...?
–Toda relación entre personas presenta altibajos, matices, actitudes complejas...
Según le oigo soltar eso, miro furtivamente a Gervasio. Mi mirada dice: «¿De dónde te has sacado un vagabundo que habla en estos términos?» Gervasio me devuelve otra mirada que dice: «¿Lo ves? Ya te había avisado.»
–...Y en esas relaciones se producen momentos positivos, más o menos circunstanciales. Pero yo no me refiero a hechos de ese género. Yo hablo de un acto único, sin vuelta atrás, definitivo, absoluto, sin matices. De un acto maravilloso, casi milagroso, que dejó sorprendido incluso a su propio autor.
–¿Y cómo fue eso?
–No es fácil de explicar. Y ya sé que usted no tiene demasiado tiempo. Se lo contaré rápido, por si le sirve para alguna de las cosas ésas que escribe. Me gustaría que la relatara. La cuestión es que mi conocido tenía una relación amorosa muy intensa con la mujer con la que vivía. Intensísima. La adoraba. Quería su cuerpo, quería su alma, sus palabras, sus risas, sus gestos... Todo. Pero poco a poco fue dándose cuenta de que ella, aunque se dijera satisfecha del trato que le daba, estaba languideciendo. Su relación con él no la vivificaba: la consumía. ¿Por qué? Mi conocido, por más vueltas que le daba, no acertaba a averiguarlo. Y ella lo negaba. Pero era evidente. Y, como la adoraba, verla apagarse poco a poco le dolía de muerte. Acabó convencido de que el problema, fuera cual fuera, estaba en él. ¡Era él quien la estaba matando! De modo que decidió desaparecer.
–¿Dejarla?
-¡No, hombre! ¡Eso nunca! Desaparecer.
–¿Suicidarse?
–En cierto modo. No físicamente. No quería causarle un dolor tan grande. Lo que hizo fue escribirle una nota diciéndole que había conocido a otra mujer, que se había enamorado de ella y que se iba. Y se fue.
–¿Adónde? –le pregunté, intrigado.
Se hizo un silencio espesísimo.
Al final, levantó la vista de la taza de café, me miró muy fijo y me dijo:
–¿Quiere saber adónde, realmente? Pues se lo digo: a aquí.
Y dejó escapar una furtiva lágrima.
–Gracias por contármelo. Lo escribiré –quise consolarlo.
Y aquí está

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